Desde hace años, en la sede concordiense de la UNER, el taller de milonga constituye un emblema de la cultura popular de la región. «Santa Milonguita» sigue creciendo, suma asistentes y consolida sus vínculos con otras experiencias culturales de la región. En tiempos de exaltación del individualismo, en tiempos de lo virtual y del delirio tecnológico, la milonga se planta, abraza y convoca.
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Es una ronda de 20 personas de distintas edades, vestidas con ropa cómoda y pasándose unos mates peregrinos en plena siesta de sábado. En el centro están Gabriela y Martín que con una calidez admirable los reciben y les dan algunas indicaciones muy generales sobre seguir el ritmo, sentirlo, sobre moverse en ronda uno atrás de otro, les tiran datitos sobre la orquesta que van a escuchar, predicen vacilaciones, tropezones típicos, le adelantan algunas mañas del oficio. Arranca el tango y la ronda marcha con su propia cadencia.
El grupo es diverso, en edad e historias. Al comienzo se juntan entre dos o tres, no tienen trato entre todos y las relaciones fluyen con demasiadas formalidades. Pero, al rato nomás, el tango los va enlazando. Martín da indicaciones a la ronda, le tira algún verde pícaro para aflojar. Gabriela comparte observaciones con ellos, los abraza, los mira y habla, sonríen al cabo y con un nuevo tango, vuelven a marchar. Algunos de los asistentes son, posta, principiantes como el turno lo indica; otros no lo son tanto o eligen seguir siéndolo, sabiendo que es sólo una etiqueta para organizar los turnos y disfrutar de la milonga de esta manera.
Todos los sábados a la siesta, en la sede de la Facultad de Alimentos de Concordia, se desarrolla el Taller Santa Milonguita “de tango, milonga y vals”. Es parte de los proyectos de Extensión de la Facultad y, en Concordia, tiene ya ocho años de vida. El taller está a cargo de dos cordobeses, Gabriela Funes y Martín Novoa, una profe de lengua y un biólogo que se instalaron en Entre Ríos.
Esta historia empezó en 2010 en Río Cuarto, Córdoba. Martín quedó deslumbrado al participar de un taller de tango, bastó con sentir en el abrazo el corazón de su compañera para flashear. Allí arrancó un camino que llega hasta el día de hoy. Meses más tarde, le propusieron organizar un taller de tango en un bar cultural en el que trabajaba. Si bien se sintió desafiado por la posibilidad, tomó recaudos, habló con sus propios profesores de milonga y dio vida a “Santa Milonguita”.
La propuesta viajó por varios ambientes durante esos años, pasó por clubes, vecinales, barrios, por la Universidad de Río Cuarto. En 2015, Martín y Gabriela se trasladaron a Concordia y recién en 2016 lo presentaron como proyecto en la Secretaría de Extensión de Alimentos de la UNER. Fue aprobado ese mismo año.
De ahí en más, el taller nunca paró en Concordia, hasta en pandemia funcionó de forma virtual. Hoy ya fijó día y horario, funciona en dos turnos: “Principiantes” e “Intermedios”. Lo realizan en el hall de la facultad, un lugar amplio y luminoso, que se transforma en milonga con apenas dos o tres pases de magia. En estos años, pasó una multitud de participantes de toda la región por estas pistas, asistieron milongueros de Chajarí, de Federación, de Colón, de Paysandú, Salto.
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Consciente del origen machista del tango, Martín se propuso atravesar esos condicionantes desde sus primeros pasos del taller, allá en Río Cuarto. El objetivo fue siempre desacoplarlo de esas taras y promover valores tan de origen como esos lastres: que todos puedan bailar, sentirlo como un abrazo que se comparte, que no importa el sexo, la altura, la edad, o la experiencia, la idea siempre fue ir derribando tabúes y barreras para fortalecer o popular.
“Como biólogo, yo ya sabía lo importante del abrazo, la explosión de hormonas que genera, lo bueno que es para la salud. Cuando empecé a bailar, lo comprobé”, remarca. Dice que abrazar, sentir el corazón del otro, contener y confiar son algunos de los regalos que ofrece el tango. “Si un abrazo de 20 segundos hace que liberemos hormonas, ¿cómo será durante toda una noche de milonga?”.
“Enseñamos el lenguaje corporal de la técnica, los roles, el abrazo, el rol conductor, el rol interprete, la necesidad de variar de compañero o compañera, de bailar con alguien de su mismo sexo”, destaca Martín. Según él, el objetivo es que los participantes del taller puedan, al oír sonar un tango en cualquier lugar, mirarse con alguien, marcar o seguir al otro y poder bailar con gusto.
Al hablar del taller y del tango, Gabriela arranca con todo: de plano, dice que a ella la milonga le dio una familia. En 2013 conoció en Río Cuarto a Martín, era su profesor, y hoy viven en Entre Ríos junto con su hijo concordiense, Felipe. No lo presenta como algo personal, parte de ahí para destacar el papel articulador de relaciones que ofrece la milonga: “Conozco participantes que formaron pareja, que tejieron amistades profundas, que construyeron grupos en base a la milonga, por haberse conocido en Santa Milonguita”. Según ella, el taller es un lugar de conexión íntima, no en sentido sensual o erótico, sino en el sentido de “conexión de almas”.
Para ella, hoy el tango significa además un viaje a su propia historia, sobre todo a la relación con sus abuelos con quienes escuchaba y bailaba de niña, alentada por ellos. Recuerda cómo su abuelo la ponía a prueba indentificando orquestas o cantantes, si los reconocía a través de su estilo y los arreglos. Coordinar el taller es una forma de seguir bailando con ellos.
Los tiempos parecen correr para el otro lado, para que nos encerremos en los celulares, para que desconfiemos de los extraños, para que interactuemos con apps, tutoriales o con Inteligencia Artificial. Como sana contracara, las y los milongueros rompen esas reglas, se juntan, bailan, hablan con extraños, bailan con ellos, comparten el mate, carcajean, sienten el sol o el frío, transpiran, se equivocan, avanzan y, sobre todo, disfrutan.
Gabriela confirma que convocatorias como el taller acercan a la gente joyas como el tango o la milonga, para darle nuevo valor y nuevo lustre a su vida. Como profesora de Lengua y Literatura, ella promueve que todo el mundo debería hacer arte. “Como todos deberíamos saber leer y escribir, todos deberíamos hacer arte”, esa dimensión nos ayuda a ver las cosas desde un lugar particular, encarar nuestros desafíos desde otra mirada. Y el tango, para esa necesidad, es perfecto. Es una danza social con la que pueden expresar lo que sienten, lo que desean, a través de los abrazos que hacen tan bien, que nos energizan, que nos unen.
Martín, feliz, sentencia que “el tango ofrece que la gente se conozca, nos da ese espacio para el abrazo que es una de las cosas que más necesitamos en una sociedad cada vez más individualista y ególatra. vamos, nos abrazamos y nos hacemos bien entre nosotros”.
La rueda sigue, a veces continúa en una pista de noche o al otro día en la plaza, en las casas de los participantes, o en sus cabezas. Y Santa Milonguita nos sigue invitando y esperando a todas y a todos.